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‘A Cantar España’ y cómo finalmente entendí los realities de música

  • Foto del escritor: Ernesto Rodriguez
    Ernesto Rodriguez
  • 4 ago 2020
  • 2 Min. de lectura

Jamás entendí lo shows de concursos musicales. Llámese Operación Triunfo, American Idol o cualquiera de las versiones internacionales de The Voice. Para mi siempre fue complicado seguir de manera constante las galas, concierto y eliminaciones en vivo, más allá del gusto por un par de músicos que salieron de estos certámenes (un par literalmente: Harry Styles y Adam Lambert), la mayoría de los ganadores terminaban lanzando música pop desechable y aburrida de la eterna fábrica de Simon Cowell.


Pero finalmente me han hecho click. En estos días donde pasamos más tiempo en casa de lo usual tropecé con el show “A Cantar España” en Netflix y fue una revelación. Quisiera dejarlo claro: El programa no es particularmente bueno, desde la abrasiva conducción de Ricky Merino hasta el “avanzado sistema que calcula la afinación” que en pantalla es poco más que una guia de Karaoke del Wii, es básicamente un asalto a los sentidos que nos entretiene en bloques de 30 minutos, pero en el caos de 2020 eso parece suficiente.


La sorpresa entonces es como, finalmente pude hacer conexión con la idea de los programas de concursos. Solo con ver y escuchar en las introducciones del programa a los participantes uno termina escogiendo un favorito, y en solo un episodio se resumen los corazones rotos y las celebraciones de una temporada de OT. Suma que Netflix subió 8 episodios en bloque y el resultado es uno de los programas más adictivos que han aparecido este año.


También vale sumar a esto la característica “Fórmula 1” que “A Cantar” comparte no solo con sus hermanos mayores sino con cualquier noche en un karaoke: Uno está esperando el choque, y en el show de Netflix hay varios. Particularmente en los episodios de “Pop Rock” y el de “Divas”, es que poner a novatos a perseguir el registro de figuras como Whitney Houston o Steven Tyler es, cuando mínimo, cruel, pero también es bastante divertido de ver.


No es casual, la cantidad de veces que durante esos ocho episodios aplaudí e incluso pite la pantalla por que mi cantante favorito, cuyo nombre olvidé apenas rodaron los créditos, sobrevivió una ronda más o fue expulsado y condenado a cantar los coros por el resto del show. Es fácil imaginar el efecto multiplicador para los amantes de los realitys de largo formato cuando se tiene que despedir su cantante favorito que tienen varios meses siguiendo.


Después de este breve experimento, pueden contarme entre los fieles que seguirán la próxima temporada de American Idol o de Operación Triunfo. Después de todo, con un poco de suerte será posible capturar al próximo Adam Lambert o la próxima Kelly Clarkson en el proceso. De lo contrario, mientras el mundo siga en llamas, ver a varios cantantes cuyo nombre no podré recordar intentar darle vida a canciones que les quedan grandes puede ser una buena distracción.




 
 
 

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